* ASAMBLEA DIOCESANA DE ORACION CARISMATICA. ROTATIVA EN DIVERSAS PARROQUIAS. INICIA CON LA SANTA MISA DE LAS 6 P. M.

martes, 24 de mayo de 2016

LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN. TERCERA ETAPA


         LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.

           TERCERA ETAPA – 1972 - 1973

EL SEMBRADOR LLEGA A SU TIERRA PREDESTINADA: ACAPULCO.

“Nuestra única protección es la diplomacia abierta. Dejen que la luz blanca de la publicidad sirva a la historia y que todo el mundo se mantenga honesto.

         Acogida fraterna de los Pasionistas y de Monseñor Quezada.

Llegué a Acapulco en la tarde del 7 de octubre. Recuerdo bien la fecha porque, en el autobús, pensaba en la fiesta de N. S. del Rosario y pedía su protección. En Acapulco, me fui directamente con los Padres Pasionistas al pie de la Cuesta.
         El Padre Miguel me recibió con a un hermano que hubiera conocido años antes y, en dos o tres horas, me enteré de la vida del pueblo acapulqueño, en lo económico y pastoral, de un pueblo que él amaba y por el cual daba su tiempo y su corazón.
         Los Padres Pasionistas me ofrecieron trabajo con ellos y me dieron un cuarto. El 8 sin tardar, me llevaron a ver al Señor Quezada para que él aceptara que me integrara a la Comunidad de los Pasionistas. “No. Lo mando a usted a San Cristóbal. Su venida es providencial. El párroco está en tratamiento en México”. El domingo 10, celebré cuatro misas por primera vez en mi vida y di la homilía en las 7 misas.
El lunes 11, el padre Miguel me llevó a conocer La Mira y proféticamente me dijo: “Este lugar está reservado desde hace años. Tómalo como centro de tu apostolado en favor de la gente abandonada”. La noche del 11 al 12 de octubre no pude dormir. Reflexioné mucho. Mi ideal era ser misionero itinerante de las colonias pobres y me veía encadenado como párroco.
         Subí a La Mira y dije a la gente que me iba a venir a vivir con ellos. Comuniqué mi ilusión a Monseñor Quezada. Él se enojó: “¿usted nos quiere ayudar? Entonces regrese a San Cristóbal por favor y no quiero recibir más quejas contra usted”. Eso yo no lo podía sospechar: tanto en Canadá como en Bolivia no cualquiera tenía acceso al Obispo. Pero en Acapulco me di cuenta de que todo era muy diferente.

         Las travesuras de un párroco interino.

En vez de deprimirme, tomé el lado humorístico de las cosas y pensé: buscan quejas y chismes, yo mismo se las voy a hacer para abonarlos en cuenta.
Por ejemplo, dejé de: confesar en el cajón y me sentaba en la primera banca, seguro de ahuyentar así a las escrupulosas que exigían la rejilla. La primera vez oí una reflexión muy expresiva: este padre no se sienta a confesar. Tuve una inspiración: recibí de pié a las personas de quienes yo podía adivinar que venían nomás a ocupar al padre. Me decían: “No tengo nada que decir, pero me da tanto consuelo reconciliarme con usted”. Contestaba yo: “A usted le da consuelo pero a mí no tanto, con siete homilías, los bautismos y las encuestas matrimoniales y las entrevistas y las quinceañeras y los niños espantados”. No había diáconos en ese tiempo. Entonces yo recibía de pie a estas ancianas y antes que hablaran les hacía la señal de la cruz en la frente diciendo: “Usted señora es más santa que yo, váyase en paz”.
Para dar la paz yo bajaba hacia el pueblo y no negaba un beso de paz a los jóvenes.
Yo confesaba individualmente hasta donde se podía, y al ver a tantas personas deseosas de la reconciliación, las preparaba con un examen colectivo.


Monseñor Quezada apuntaba todas las quejas en un papelito y de vez en cuando me llamaba para que yo enmendara mi conducta. Puedo certificar que las quejas eran auténticas y Monseñor me repetía exactamente lo que la secretaria le había dicho que yo había dicho y hecho. Doy testimonio que Monseñor Quezada no inventaba acusaciones falsas (como más tarde se le ocurría a otros tantas veces).
         Con todo, comparecer delante del jefe y escuchar más de ocho recriminaciones, confieso que la emoción se me subía y lloraba. Paternalmente Monseñor me perdonaba y me invitaba a componerme. Yo le prometía sinceramente en su oficina. Pero en San Cristóbal, en pleno bullicio de las actividades, era imposible cumplir y para salir de los problemas invocaba una virtud poco conocida, epiqueya, que consiste en que uno, confrontando situaciones inextricables, hace lo posible.
         Una vez, teniendo en casa a un Oblato de Chile, el hermano Camilo, Monseñor Quezada me hace comparecer a su oficina, “Ven, Camilo, dije, quiero que conozcas a mi Obispo”. El hermano Camilo, 25 años como misionero en Chile, es un hombre práctico, serio y chistoso a la vez, imponente por su altura.
En otra circunstancia, me acompañó el padre Jaime Gagnon, misionero en Bolivia.
Yo pienso que estos hechos nos enseñan una verdad iluminadora para nuestra conducta, a nosotros los sacerdotes como a los laicos. Es esta: el sentido del humor puede evitar pleitos familiares, luchas de capillas y conflagraciones entre naciones. A muchos el sentido del humor los libera del fanatismo, de la envidia y del odio. Nos tomamos serio. Hay que reírse de uno mismo.

Mi primer cumpleaños en Acapulco.

El 24 de Noviembre de 1971, un miércoles celebraba en San Cristóbal mi primer cumpleaños en Acapulco. Edith, "La Chata” cursillista, invitó a todo mundo. El inmenso templo de San Cristóbal casi se llenó por la noche para festejar al párroco interino. Conocí bien a los muchachos del coro de Edith y me sentía en confianza para revelar a los asistentes mis inquietudes pastorales y mis sueños apostólicos. Dije: “Quiero hacerles participar de mi inquietud acerca de la evangelización en Acapulco. Ayer fui a visitar al párroco de Coyuca de Benítez, enfermo. De los 40, 000 católicos de su parroquia, 300 asisten a misa los domingos. Muchos de los novios que se casan, hacen al mismo tiempo la Primera Comunión”, Coyuca es una muestra de la situación real de la vida cristiana en nuestras ciudades y pueblos.
“Se debe declarar el estado de emergencia y promover métodos pastorales nuevos, los de San Pablo: crear constelaciones de núcleos bíblicos y de pequeñas comunidades cristianas que van a contagiar el ambiente. Para eso, contar con la juventud. Escribe Bernanos: Cuando la juventud se enfría, el mundo entero se pone a titiritar. De las pandillas de viciosos, haremos pandillas de fe y amor. Dijo Jesús: Yo vine a prender fuego y cómo desearía que ya estuviera ardiendo”. De incendiarios necesitamos, llenos de poder del Espíritu Santo. Envía, Señor, tu Espíritu y repuebla la faz de la tierra.
He aquí, como conclusión, las cualidades que espero encontrar en los jóvenes: alegría, inteligencia, optimismo, valentía, audacia, orgullosos de su fe, entregados a Cristo y a los demás, revolucionarios y movidos por el Espíritu Santo”.

El párroco de San Cristóbal.

El Padre Jesús Jiménez, enfermo por un exceso de trabajo, recibía su tratamiento en la Capital. Le llegaban a menudo noticias de Acapulco. Llegó de prisa el 12 de Diciembre por la tarde, un poco alterado, y me pidió que dejara la parroquia.
         Fue un regalo de la Virgen de Guadalupe mi liberación de ser párroco y le agradecía mucho a ella. En verdad, a pesar de mis errores, me entregué sinceramente a la comunidad de San Cristóbal y ella respondía magníficamente, a tal punto que me encariñé con ella y al salir con mi maleta no dije adiós sino hasta luego.
         ¿Pero a dónde ir? Llamé por teléfono a Monseñor Quezada. Me contestó: “Usted quería ir a La Mira: ¡Váyase allá!”. En La Mira no había dónde hospedarme.

         Forzado a contactos enriquecedores.

         Por haber participado en una Jornada en Balcones al Mar, conocí a la Comunidad de las Capuchinas. Al saber de mi apuro me ofrecieron la hospitalidad con espontaneidad y alegría, del 12 al 20 de diciembre.
Después las Franciscanas del Colegio Zumárraga me pidieron que me quedara con ellas deseosas de tener la Misa diaria en su capilla, durante las vacaciones de Navidad y del Año Nuevo. Con ellas conocí esta costumbre bendita de las posadas. Era pura devoción, vivencia exacta de lo que vivió María en Belén, y lo que me tocaba vivir a mí también.
Por eso, cuando los Cursillistas me invitaron a su posada en la Casa de la Cristiandad, acepté con gusto.
Miguel Bugarini, a su turno, me ofreció la hospitalidad en Enero. Estando completamente libre, dedicaba muchas horas a la búsqueda de una colonia que respondiera mejor a mis sueños de vivir entre los marginados.
Ya conocía La Mira, pero quería visitar unas colonias más para hacer una mejor elección.
Monseñor Juvenal Porcayo me ofreció una porción de su parroquia; la colonia Hermenegildo Galeana, en el cerro detrás de Costa Azul. Muchas veces subí allá y estaba a punto de decidirme a vivir allá, cuando los jefes de los paracaidistas fueron atacados y maltratados. A partir de ese momento, la gente se mostró recelosa      , sospechaba que yo pudiera ser un espía.
En tales circunstancias, yo vi que no convenía seguir es esta dirección y pensé que en La Mira podría establecer mi pequeña residencia.

         Misionero en Los Bajos, El Conchero y El embarcadero.

El padre Miguel no me perdía de vista y se acercaba la cuaresma. Necesitaba ayuda para numerosas colonias y pueblos; me vino a buscar a la casa de Bugarini. Me dio un cuarto en la residencia de los pasionistas del Pie de la Cuesta y me proporcionó un safari. Me responsabilizó de tres pueblos: El Conchero, Los Bajos y El embarcadero.
Estos dos meses pasados en la compañía de los Pasionistas me enriquecieron mucho. Sobre todo la experiencia y la entrega total del padre Miguel me impresionaron. Otra ventaja: yo seguía asesorando las Jornadas que se realizaban a veces en Las Cuevas de Balcones al Mar y en el Guajardo, a veces en el Leopoldo Díaz Escudero y en el Zumárraga. Esos contactos con los jóvenes me preparaban directamente a lo que iba a ser mi misión principal. Durante tres o cuatro años, participé fielmente como asesor espiritual de la Jornada. Conozco a verdaderos apóstoles entre los muchachos y las muchachas de la Jornada.

Los Cursillistas también me invitaban a la Ultreya. Yo había hecho mi Cursillo en Bolivia en 1960. Casi todos los lunes asistía a la Ultreya, confesando y celebrando la Misa. Rápidamente me hice amigo del padre Rodrigo y de los principales líderes: Pedro Kuri, Humberto Reyes, Miguel Bugarini, Jorge Prado y otros más.

domingo, 15 de mayo de 2016

LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN. SEGUNDA ETAPA.


LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.


SEGUNDA ETAPA

México, Tierra soñada.

Monseñor Carlos Talavera recibió de un miembro de su comunidad esta profecía: "Sé tan dócil a mi Espíritu como yo lo soy en la Consagración en la Misa".

         Las Comunidades Eclesiales de Base en Cuernavaca.

Un misionero francés, padre Rolland, dirigía 17 pequeñas Comunidades. Le tocaba ir a Francia por dos meses y me dejó la responsabilidad de cuidar a sus discípulos.
Monseñor Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, es un Obispo posconciliar, a la vanguardia de la pastoral renovada, y que sabe dar a sus sacerdotes un lugar legítimo para la iniciativa y la imaginación. Cinco veces a la semana yo celebraba la misa en la casa de un miembro de la comunidad que me tocaba ese día. Se hacía la meditación comunitaria de la Palabra de Dios.
¡Cuánto me enriquecí con este pueblo pobre y sencillo, pero tan lleno de amor fraterno y de conocimiento de la Biblia! Una palabra que más se oía en los comentarios y testimonios era ésta: superación. Una mamá de 50 años, por ejemplo, aprendió a leer para nutrirse de la Palabra de Dios y participar más activamente en las discusiones.
Cuernavaca era también su ilustre obispo tan calumniado y tan querido a la vez. Yo lo conocí en el Primer Congreso Nacional de las Comunidades Eclesiales de Base en septiembre de 1971 en su ciudad episcopal. Le oí hablar de las C. E. B. y repetir que son ellas la esperanza de la Iglesia.

         Veo a Monseñor Méndez Arceo como a un gigante de la Pastoral renovada.

         Lo veía como un gigante dominando la historia por su sabiduría, por sus estudios variados, por sus experiencias personales, por su valor a aceptar y desear los cambios.
Cuando lo saludé me invitó a concelebrar con él el domingo a la Misa Panamericana. Estaba de visita este domingo el Nuncio Apostólico de Chile. Los tres concelebramos. Allá aprendí que la Eucaristía es una fiesta y que la Misa dominical es la fiesta de las fiestas. La alegría estallaba a cada momento y el pueblo se hacía cómplice con los concelebrantes y con los mariachis para repercutir e1 gozo a todos los rincones de la inmensa catedral.
Monseñor Méndez Arceo, al saber que yo esta en mi año sabático, me invitó a quedarme en su diócesis, que podríamos trabajar bien juntos, teniendo las mismas metas pastorales. Con todo eso, Monseñor me caía padrísimo y pensaba seriamente aceptar su oferta.
Por eso, durante el Congreso de las C. E. B. conocí al Padre Gabriel, pasionista, del Pie de la Cuesta en Acapulco. Nos hicimos amigos y me explicó que había más necesidad de sacerdotes en Acapulco que en Cuernavaca, y antes de regresar él a Acapulco me presentó al Padre Feliciano, en aquél entonces de la Casa de los Pasionistas en Cuernavaca. Feliciano me aconsejó visitar Acapulco antes de dar mi respuesta definitiva al Obispo de Cuernavaca.
Casi nunca había oído hablar de Acapulco. No sentía ninguna vibración positiva. Además, a causa de la promoción en Estados Unidos, me imaginaba que predominaba el inglés en este centro turístico. Pero para complacer a mis amigos pasionistas acepté dar una vueltecita de dos días por allá.
El 6 de octubre víspera de mi salida a Acapulco, fui a despedirme del Señor Obispo Méndez Arceo. Platicamos una hora. Tiene en su oficina fotografías muy realistas del holocausto estudiantil de 1968 y me lo contó con indignación. Le pregunté: ¿Qué opina usted de la Renovación Carismática en el Espíritu Santo?. Contestó: “Yo sé demasiado poco. Me parece que esta novedad no va a servir mucho para liberar a nuestro pueblo. Quisiera conocerla más para no basarme sobre prejuicios”.
Entonces le conté lo que había vivido en Panamá, las conversiones del Pastor David Wilrkerson entre los drogadictos de New York y lo de mi amigo Oblato P. Valeriano, afirmaba con convicción: “Si los sacerdotes no se renuevan y no se dejan revestir del poder de lo alto, dejan la puerta de su rebaño abierta a las sectas”. Yo noté como este Obispo Rojo sabía escuchar.

Cuernavaca, imagen de un pueblo amante de las fiestas.

Durante la noche del 6 al 7 de octubre, mi imaginación fue el escenario de miles de imágenes que valsaban en turbulencia. Primero la fiesta gozosa de la Misa Panamericana con los mariachis en la Catedral de Cuernavaca, animada por el prestigioso Obispo Méndez Arceo. Misa festiva, reflejo y expresión espontánea de un pueblo alegre, amante de la vida.
Alegría característica de los latinos. Recordaba que al venir de Panamá a México, hicimos escala en cada capital de América Central, y en cada aeropuerto fui testigo de una profusión inolvidable de abrazos, de cantos y de gritos de alegría por volver a verse.
De repente en contraste, yo vi los templos católicos latinos horriblemente tristes y fúnebres con la tumba casi permanentemente instalada delante del altar, y una multitud de mujeres de negro vestidas, como viudas obsesionadas con sus difuntos. Todo eso parecía una mojigatería.
Entonces en mi mente se clavó una pregunta que tardó meses y años en desaparecer: ¿por qué los ministros de nuestra Iglesia han hecho de nuestros templos y de nuestros ritos litúrgicos una imagen de la muerte? Como si Cristo no fuera de vida, la resurrección y la luz del mundo.
Un día, nuestras misas de juventud darán una respuesta perentoria a la pregunta y, sin discutir con nadie, establecerán un hecho: la Misa, sobre todo la dominical, es una FIESTA.
Curiosamente me dormí finalmente con una certidumbre: “un día celebrarás misas tan gozosas como las de Monseñor Méndez Arceo”.

El sembrador no se dirigía a Acapulco con las manos vacías.

El sembrador con la bolsa suspendida al hombro llevaba una buena semilla heredada de su familia natural y de la religiosa, una semilla enriquecida con las experiencias misioneras y pastorales de Canadá, de América del Sur, de Panamá y de Cuernavaca.
En su tierra natal le enseñaron a sembrar el trigo, el maíz, la avena y toda clase de legumbres y aprendió por experiencia personal cómo se cuela la grama, figura del Roñoso que trata con mil estratagemas de sofocar la buena semilla.
En el Santuario Nacional de la Virgen vio. como una cosa natural, la manifestación del poder de Dios, pasando por María y distribuyéndose gratuitamente en dones de oración, de perdón y de sanación.
América Latina vio a pueblos humillados por los poderosos de este mundo y admiró la entrega de sus hermanos oblatos para liberar a los pueblos a costa de su propia vida.

En Panamá probó los ríos de Agua Viva del Espíritu que riegan la semilla y le hace dar frutos hasta de cien por uno.

martes, 10 de mayo de 2016

LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN. PRIMERA ETAPA


LA MIRA MIRALA, LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.
Por el PADRE HERMANN MORIN, O.M.I.
CENTRO CARISMATICO DE EVANGELIZACION
Publicación del Centro de Comunidad de la Mira, A.C.
Acapulco, Gro.  México, 24 de noviembre de 1991.

El PROLOGO dedica la obra a los innumerables hijos y amigos del padre Hermann y para todos los renacidos en las Cuevas de La Mira, como una mina de recuerdos, fuente de energía y un llamado a la fidelidad, por quien se presenta como el legítimo primer discípulo del Padre Hermann en Acapulco: el médico Esteban Ortiz Pavón. Declara que el Padre Hermann se dejó convencer para la publicación de la obra, pensando que la relación maravillas del Señor y de la Virgen, realizadas en y por el Centro de La Mira podría producir una abundante cosecha de alabanzas, de conversión y de acción de gracias, y fue entonces que se decídíó a elaborar esta obra.
"Si durante mi estancia en Acapulco no puedo incitar más que a un verdadero líder cristiano, pienso que aun así valía pena de haber venido”. El padre Hermann se imaginaba que su estancia seria breve, 2 ó 3 años, quizá cinco, cumplió más de 20 años en Acapulco, y no suscitó uno solo, sino cientos y miles de líderes.

         “No demoren en darle gracias a Dios, ya que es bueno guardar el secreto del Rey, pero conviene descubrir y alabar las obras de Dios. Escriban en un LIBRO lo que se ha cumplido” Tobías 12, 7 y 20.
En la INTRODUCCION, fechada el 24 de noviembre de 1991, el Padre Hermann expresa: La historia es la maestra por excelencia. Debe resaltar no sólo las luces sino también las sombras. La historia de La Mira ofrece frutos sabrosos de fe, esperanza y de amor, como oportunidad, después provocan la reflexión, el arrepentimiento y ¡ojalá! lleven a la justicia que es la base y la condición para el perdón y el amor.
Como yo quisiera que todos los que han pasado por el fuego de Pentecostés en Las Cuevas, tomen conciencia de la gracia que les fue. concedida y no cesen de agradecer. "Dios se ha portado estupendamente con nosotros".
Si fuera la obra propia de nosotros, sería una vanagloria ínsopertable de celebrarla, pero no es la nuestra.
El Padre Félix Vallée O. M. I. Visitador canónico el 4 de febrero de 1978, declaró de la experiencia de La Mira: "Es maravilloso e indudablemente es la OBRA DEL SEÑOR. Ningún hombre, por muy inteligente, psicólogo y poderoso que fuese, ningún hombre podría realizar lo que has hecho: manifiestamente es la obra de Dios”.
         Continúa diciendo que la obra es parte de un proyecto en dos partes, del cual se constituye en la primera, es decir, la parte histórica, que por su sabor y el interés… hacen de ella una verdadera novela”… La segunda parte será la presentación de profecías, visiones y testimonios.
         Agradece a Esteban Ortiz y Miguel Salmerón la realización del libro.
         Termina enmarcando la obra, como una transcripción viva y detallada de la parábola del trigo y la cizaña, en la que no falta el enemigo, denominado “el Roñoso”, pero vista como un triunfo, y manifestación de la protección de la Virgen Inmaculada.

PRIMERA ETAPA LA EPOPEYA

El sembrador se prepara en la familia.

La familia es la primera educadora y sus huellas son difícilmente borrables. Por eso se puede afirmar que en la obra del  Centro Comunitario de La Mira se hicieron sentir la influencia dé mi familia natural yde mi familia religiosa.
Veamos pues brevemente el cuadro en el que se desenvolvieron mis primeros años en la casa de mis padres y después, a partir de los veinte años, en la gran familia de los Oblatos de María Inmaculada.

         Un hogar para 13 hijos.

Mis padres me dieron 6 hermanos y 6 hermanas. Todavía vivimos nueve. Yo soy el séptimo varón. Tres hermanas nacieron después de mí y con ellas me llevé con más intimidad.
Nuestra pequeña ciudad San Evaristo, se encuentra a 100 kilómetros al sur de Québec. En 1947, el Cardenal Villenueve la dividió en dos y dio el nombre de Guadalupe a la nueva parte. Allí en Guadalupe, seguimos viviendo, lo que fue para mi como una relación de más intimidad con la Reina de México.
Mis padres eran muy devotos a la Santa Misa y quisieron que todos los varones fueran a su turno monaguillos. A mí mi mamá empezó a llevarme a la Misa de las 6 de la mañana todos los días, desde mis cinco años, cuando hice la Primera Comunión y comencé a servir al párroco. Todas las noches, después de la cena, rezábamos hincados la oración de la noche, incluyendo cinco misterios del rosario y las letanías de la Santísima Virgen que mi mamá rezaba en latín y todo de memoria.
Nuestra propiedad tenía la ventaja de estar a pocos metros de la iglesia y, por detrás de las casas del pueblo, se extendía muchísimo por un kilómetro de profundidad y 200 metros de ancho. Teníamos 400 árboles de maple que daban cada verano alrededor de 300 kilos de azúcar. Participé con mi papá y mis hermanos en la siembra y en la cosecha de del trigo, de la avena y de una gran variedad de legumbres. Yo vi y experimenté como se prepara la tierra para que produzca más. También trabajé duro con mis hermanitas a liberar las legumbres de la grama que, en la Palabra de Dios, se llama cizaña, Esa experiencia de mi infancia me hizo comprender la Parábola de Jesús, aplicándola a la vida de los hombres donde viven juntos los buenos y simpáticos, y los tiñosos y roñosos.
Los domingos por la tarde, con mis tres hermanitas, hacíamos una liturgia muy candorosa. A los diez años de edad, me hice un altarcito e imitaba al párroco en nuestra liturgia infantil. Acostumbraba dar, en lugar de hostia para la comunión, un pedazo de azúcar de maple. A mi hermana Margarita le gustaba mucho esta azúcar. Asi que cuando le tocaba a ella ayudarme como monaguillo, apenas empezaba la misita, tocaba la campanita para la comunión.
No oí, como Samuel, la voz del Señor, pero mi familiaridad con el templo y el fondo religioso de mi familia me llevaron naturalmente al Seminario Menor a los 13 años.

En la familia de los OMI'S a los 20 años.

Me sentí muy a gusto con los maestros del Seminario Menor, todos padres Oblatos. Llevábamos con ellos una vida de familia donde predominaba la confianza y la caridad, como lo habia deseado el Fundador de los OMI S. Opté por la vida religiosa en la Congregación de los  Misioneros de Maria Inmaculada e hice mis primeros votos en agosto de 1938.
Terminados mis estudios de filosofía y teología fui ordenado sacerdote en 1944 en el mismo Seminario Menor donde estudié y donde iba a enseñar 5 años la historia universal y la literatura francesa.
Me designaron después como redactor de la revista mensual del Santuario Nacional de la Virgen, en Cabo de la Magdalena. Durante siete años consigné en la revista lo que presenciaba diario: las olas de peregrinos de todas partes del Canadá y Estados Unidos, su devoción, sus sacrificios, y la respuesta de la Virgen: las conversiones las reconciliaciones y ¿porqué no decirlo? Los favores milagrosos. Me tocaba llevar encuestas sobre sanaciones excepcionales antes de relatarlas en la revista y me convencí que Dios tiene poder hoy como hace 2000 años para hacer caminar a los paralíticos y oír a los sordos.
         Luego acepté una misión fuera de la Provincia de Québec durante un año, en la parte oeste de Canadá. Ese sacrificio me acostumbró a descubrir nuevos horizontes, a adaptarme a ambientes nuevos y a prepararme a dar un salto gigantesco hasta Bolivia, en América del Sur.

         LOS OMIS EN AMERICA DEL SUR.

         Durante mi estancia de cinco años tuve la oportunidad de conocer también el trabajo de los OMIS en Chile y Perú. Estuve viviendo con los indígenas en los Andes a cuatro mil metros de altura donde imperan el frío y la miseria, y con los mineros del estaño, explorados por los supranacionales.
         Desde 40 años, los Oblatos defienden tanto a los campesinos como a los mineros, arriesgando a veces su vida. Uno de ellos, Padre Mauricio, fundador y director de la facultad de sociología de La Paz, capital de Bolivia, fue amenazado por los poderosos para que dejara de enseñar la justicia y los derechos humanos. Como persistía como maestro de la universidad lo mataron. Se escribió un libro sobre su obra con el título significativo: Arriesgar el pellejo para los pobres.
         Me admiro al constatar cómo mis compañeros Oblatos perseveran en la misión extenuante y de alto riesgo de defender a los marginados, a los sin esperanza. Debo confesar que esta misión me superaba de mucho y por eso los considero como héroes y gigantes.
         En la pastoral, los OMIS se adelantaron aun al Concilio. Por eso no tardaron en aplicarlo sin demora. Recuerdo las Misas participadas tan hermosas con el Padre Alejo, un auténtico Apóstol. Muchas veces, el Obispo de Cochabamba se quejaba al Padre Provincial de su súbdito, el Padre Alejo, a quien por otro lado admiraba mucho. Después de un diálogo franco, el Obispo y Alejo se reconciliaban, llorando de alegría por la amistad salvada, y el Padre Alejo seguía como siempre.
         A fines de 1970, el Padre Valeriano me vino a platicar de la Renovación Carismática en la que él estaba metido hasta el cuello.
         Por sus palabra me entró la curiosidad, pero lo que me convenció personalmente fueron las experiencias que tuve poco después en Panamá.

         En Panamá recibí el bautismo en el Espíritu Santo.

Para eso debo explicar que el Señor Arzobispo de Panamá. Monseñor Mc Grath, había pedido a nuestra congregación la ayuda de los Oblatos. Las autoridades de los OMIS no pudieron responder afirmativamente a Monseñor Mc Grath.
Yo por mi parte, después de 5 años en Bolivia no me sentía con fuerzas necesarias para seguir allá y pedí un año sabático, eso es 12 meses libres para dedicarme al estudio, al descanso o a la búsqueda de un apostolado conveniente.
El Padre Alejo, Provincial de Bolivia, me animó y me dijo: “Tírate al agua”. También el Provincial de Montreal estuvo de acuerdo para que yo hiciera experiencias nuevas. Tenía dos posibilidades: ofrecerme a Monseñor el Arzobispo de Panamá o, en caso de que no resultara, seguir hasta Cuernavaca, México, y entrar en contacto con las Pequeñas Comunidades de Base del lugar.
Monseñor Marcos Mc Grath fue para mí un padre y más aún un amigo. Concelebrábamos juntos a menudo y yo había empezado una pastoral de presencia en unas colonias pobres de la ciudad de Panamá. Mientras tanto la relación Iglesia-Estado se volvió tirante. La guardia Nacional, bajo la presidencia del General Torrijos, mató al Padre Hector Gallegos, misionero entre los pobres. Un amigo me avisó secretamente que la Guardia espiaba todos mis movimientos y que mi vida peligraba.
Pasé tres meses en Panamá y allá descubrí al Espíritu Santo y a la Renovación Carismática. Tenía mucho tiempo libre y lo empleaba en la lectura de libros pentecostales. Pasaba horas y horas leyendo, orando y llorando. Lloraba como nunca en mi vida. Jesús me bautizaba en el Espíritu Santo.
No podía decidirme a dejar Panamá, a pesar de las amenazas de la Guardia. Para eso, vino a visitarme el padre Valeriano y mi prima Nicole Morin, esos dos amigos fieles y desinteresados que me iban a ayudar tanto en Acapulco.
El Padre Valeriano me fortaleció en la Vida en el Espíritu Santo y mi prima Nicole me hizo tomar una decisión firme: “Qué vas a ganar con dejar tu vida en manos de militares? Vamos a Cuernavaca donde tengo buenos amigos y vas a darte cuenta que allá las puertas de las casas y de los corazones están siempre abiertas".

         A principios de Agosto de 1971 me despedí del Señor Arzobispo de Panamá, prometiéndole volver con él cuando lo permitiera la situación política, y llegué a México y Cuernavaca.